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lunes, 17 de agosto de 2015

CONCILIO VATICANO II: UNA EXPLICACIÓN PENDIENTE (Brunero Gherardini) (1 de 2)


Este libro de Brunero Gherardini es impresionante, ya desde la primera frase del prólogo. De lectura fácil y amena; y muy bien documentado: merece la pena leerlo. Libro dotado de un gran rigor intelectual y de un uso acertado del sentido común. Sobre el mismo hay un comentario que he leído en Adelante la Fe (se trata de una traducción del original de un artículo escrito en italiano en la revista [sí sí no no] ). Me ha parecido de interés y, dada su extensión, lo coloco en dos entradas del blog. 


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Monseñor Brunero Gherardini, ex profesor de eclesiología en la Universidad Pontificia de Letrán, escribió un libro que lleva por título el mismo que hemos transcrito más arriba (Concilio Vaticano II: Una explicación pendiente) y le mandó un ejemplar al Papa con la súplica de que aclarara de manera definitiva los interrogantes que el Vaticano II le viene planteando a la conciencia católica desde hace ya cincuenta años. 

[Se trataba entonces del papa Benedicto XVI, ahora nuevamente cardenal Ratzinger y mal llamado papa emérito]

Monseñor Gherardini [que ha seguido el iter (camino) conciliar desde 1962-1965 se ordenó de sacerdote en 1948, se licenció en teología en 1952 y se especializó en Tubinga en 1954-1955] escribe lo siguiente: «Confieso (…) que no he dejado nunca de plantearme el problema de si, en efecto, el pasado Concilio salvaguardó en todo y por todo la tradición de la Iglesia y de si, por ende, la hermenéutica de la continuidad constituye un mérito innegable suyo y se puede dar fe de ello» (op. cit., Casa Mariana Editrice, Frigento, 2009, pág. 87; título y texto original italianos). 

Afirma con toda razón que hasta ahora se ha pretendido, pero no demostrado, que se da continuidad entre el Vaticano II y la Tradición católica: «no se ha ido más allá de una declaración vehemente puramente teórica» de la susodicha continuidad (pág. 14); y deplora una «tautología colosal», un «error de método» que «responde con el Vaticano II, y sólo con él, a las cuestiones que se suscitan como consecuencia del Concilio» (pág. 21). Pide por eso que se demuestre por fin lo que se afirma, es decir, la “hermenéutica de la que se impone la «necesidad de una reflexión histórico-crítica sobre los textos conciliares que busque, si existen realmente, qué títulos tienen para insertarse en la continuidad de la Tradición católica. Considero ser éste uno de los deberes más urgentes del Magisterio eclesiástico»

Por otra parte, también Pablo VI habló en 1969 del “humo de Satanás” que había entrado en la Iglesia y de la “autodemolición” de la Iglesia de Dios, y dijo el 29 de junio de 1972: «se creía que después del Concilio amanecería un día soleado para la historia de la Iglesia; pero lo que amaneció fue, por el contrario, un día de nubes, de tempestades, de tinieblas». Juan Pablo II habló posteriormente, el 6 de febrero de 1981, del “estado de apostasía silenciosa” del catolicismo contemporáneo, y Ratzinger, cardenal a la sazón, habló primero de “autodestrucción, autocrítica, tedio y desánimo, de decadencia progresiva, de caminos erróneos que han conducido a consecuencias negativas” (en su Informe sobre la fe), y después, en el 2005 (en el Via Crucis de Semana Santa), poco antes de ser elegido Papa, denunció “suciedad en la Iglesia, que parece una barca que está a pique de hundirse y que hace agua por todas partes”.

EL CORAZÓN DEL PROBLEMA

En cuanto a la responsabilidad de tanta confusión, constatada por tres Papas, Gherardini es de la opinión de que, en general, se trató sobre todo de «ligereza (…), optimismo irreflexivo e infundado, (…) confianza ilimitada en el hombre (…). Por tanto, la "culpa" de los Padres conciliares, al menos en su inmensa mayoría, no fue la formal, de la plena advertencia y del consentimiento deliberado (…), sino la material de la inadvertencia, de la ligereza, de un optimismo superficial y exagerado (…). Tal vez, al menos en algunos casos (…), hubo asimismo negligencia y falta de vigilancia» (pág. 19), así como cierto “desenfreno” y “superficialidad” (pág. 33).

El autor llega después al corazón del problema, o sea, el Vaticano II ¿es «un Concilio rigurosamente dogmático», que vincula, por ende, a la Iglesia entera, o bien es un concilio “pastoral”, que «excluye por lo mismo toda intención definitoria»? (pág. 23). 

Si resulta que es sólo pastoral, el que «lo equipara al tridentino y al mismo Vaticano I, acreditándolo con una fuerza normativa y vinculante que no posee de suyo, comete un acto ilícito y, en último análisis, no respeta el Concilio», porque «cuando… un concilio se presenta a sí mismo (…) bajo la categoría de la “pastoralidad‟ al autocalificarse de pastoral (…), no puede pretender que se le califique de dogmático ni otros pueden conferirle tal nota»

Sin embargo, el autor que comentamos reconoce que una obra de «revisión y reevaluación de los textos del Concilio podría realizarla sólo un buen puñado de especialistas, (…) decenas y decenas de autores altamente especializados» (pág. 24). Se trata, en efecto, de «comprobar si el Vaticano II enlaza, y en qué medida lo hace, de hecho y no sólo por conducto de sus declaraciones [de fidelidad a la Tradición], con las doctrinas enseñadas por los Concilios o por los Pontífices en particular» (pág. 57).

Monseñor Gherardini asegura que él mismo aborda el problema sin la menor intención o pretensión de emitir «juicios apodícticos» y proponer «remedios perentorios (…). La única palabra que puede realmente determinar el valor preciso de cada cosa (…) es la del Papa, en especial si la consigna en uno de sus documentos más autoritativos»; y concluye Gherardini diciendo: «Así, pues, pido e imploro tal documento; lo hago con humildad, pero también con intensidad» (pág. 25).

VALOR Y LÍMITES DEL VATICANO II

El autor habla de la naturaleza y los fines del pasado Concilio para establecer su valor teológico o magisterial. El Vaticano II fue, por naturaleza, un auténtico “concilio ecuménico” (pág. 48) porque se compuso de todo el episcopado y lo presidieron dos Papas elegidos válidamente: Juan XXIII y Pablo VI. Por eso no se puede hablar de «carencia de magisterio» del Vaticano II, pues ello equivaldría a negar la legitimidad de los Papas que lo presidieron y comportaría un juicio aventurado sobre la «inautenticidad del pasado concilio y, por ende, sobre su falta de autoridad eclesial» (pág. 79). 

Por eso ésta -“Concilio Ecuménico”- es la definición genérica. Para llegar a la específica es menester sondear su finalidad «no definitoria, no dogmática, no dogmáticamente vinculante, sino pastoral» (pág. 47), que es lo que diferencia «al Vaticano II de otros concilios, en particular del tridentino y del Vaticano I» (loc. cit.). 

Pero ¿qué significa “pastoral” exactamente? Significa una actitud práctica que se sustenta en una base doctrinal, la cual, sin embargo, no lo vuelve “dogmático” o definitorio en sentido estricto.

El objetivo principal del Vaticano II fue “pastoral” o práctico, aunque para obrar y querer se necesite antes ser y conocer [agere sequitur esse: el obrar sigue al ser, y nihil volitum nisi praecognitum: nada se desea si no ha sido conocido previamente], de manera análoga a la ciencia práctica, que es un “conocer para obrar con rectitud”, y contrariamente a la ciencia especulativa, que es un “conocer para saber”.

El Vaticano II quería dar a conocer el Cristianismo al hombre contemporáneo echando mano de un procedimiento más familiar para éste, o sea, práctico, “pastoral”, es decir, que lo que deseaba era «traducir la doctrina en términos operativos» (pág. 64), por lo que no quiso ser especulativo o “dogmático” (cf. pág. 63). ¿Es eso ilícito? No. De hecho, «un concilio no habla a las nubes (…). Le interesan los hombres, estos hombres, la sociedad que forman, su vida diaria, su salvación eterna. (…). 

No obstante, tenía la obligación de evitar caer en el error de ceñirse a la investigación sociológica (…). Aun sin poner en tela de juicio la oportunidad de tal enfoque cognoscitivo y hablar pastoralmente de Cristo al hombre contemporáneo, habría debido parecer discutible y desaconsejable fiarse en criterios de valoración que (…) sabían a inmanentismo, idealismo, positivismo, existencialismo y hasta materialismo» (pág. 69). De hecho, «nadie puede sostener, según parece, que toda reformulación [del dogma] sea por sí misma un error. [Lo había dicho ya San Vicente de Lerins que agregó, no obstante, eodem sensu eademque sentencia: según un mismo sentido y una misma expresión»] (pág. 89). 

Con todo y eso, «parece que difícilmente se puede negar que el postConcilio siguió su camino sin temores ni inhibiciones de ningún tipo y que, si bien apelaba formalmente al Concilio, de hecho rompía los espigones con que el propio Concilio había intentado al menos mantener su curso dentro de un cauce determinado» (pág. 89). 

Así, pues, «no se dio» en el Vaticano II «carencia de perfil doctrinal, sino que lo que hubo fue carencia de intenciones definitorias y, en consecuencia, de nuevas formulaciones dogmáticas. (…). En la práctica, sin embargo, lo que predominó siempre fue la pastoral. (…) Sólo tocante a una conclusión no se yerra: se quiso un concilio pastoral y nada más que pastoral» (pp. 64-65).

(Continuará)