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domingo, 2 de octubre de 2016

Parte primera de la Acusación contra Francisco (publicada el 19 de septiembre de 2016)



19 de septiembre, 2016

Fiesta de san Jenaro en el mes de Nuestra Señora de los Dolores
Su Santidad:

El siguiente relato, escrito desesperadamente como miembros del laicado, es lo que llamamos una acusación de su pontificado, el cual ha sido una calamidad para la Iglesia, en igual proporción que lo que ha deslumbrado a los poderes de este mundo.

El evento culminante que nos impulsó a dar este paso fue la revelación de su carta “confidencial” a los obispos de Buenos Aires autorizándolos, únicamente en base a sus propias ideas expresadas en Amoris Laetitia, a admitir a ciertos adúlteros públicos en “segundas nupcias” a los sacramentos de la confesión y la sagrada comunión sin un firme propósito de enmendar sus vidas abandonando las relaciones sexuales adúlteras.

De esta manera usted ha desafiado las propias palabras de Nuestro Señor quien condenó el divorcio seguido por nupcias posteriores como adulterio per se sin excepción, la advertencia de san Pablo sobre el castigo divino para quienes reciban indignamente el sagrado sacramento, la enseñanza de sus dos predecesores inmediatos alineados con la doctrina moral y disciplina eucarística de la Iglesia basadas en la revelación divina, el Código de Derecho Canónico y toda la tradición.

Usted ya ha provocado una fractura en la disciplina universal de la Iglesia, donde algunos obispos la mantienen, a pesar de Amoris Laetitia, mientras que otros, incluyendo aquellos en Buenos Aires, están anunciando un cambio basados únicamente en la autoridad de su escandalosa “exhortación apostólica.” Jamás había sucedido algo así en la historia de la Iglesia.

Y sin embargo, los miembros conservadores de la jerarquía, casi sin excepción, conservan un silencio político mientras que los liberales exultan públicamente su triunfo gracias a usted. En la jerarquía, casi ninguno se opone a su imprudente desprecio de la sana doctrina y su práctica, si bien muchos murmuran en privado contra sus depredaciones. Por lo tanto, así como ocurrió durante la crisis arriana, queda en manos de los laicos defender la fe en medio de un abandono casi total del deber por parte de la jerarquía.

Si bien no somos nada en el gran esquema de las cosas, como miembros bautizados del cuerpo místico poseemos el derecho, otorgado por Dios, con su consiguiente deber establecido en la ley de la Iglesia (cf. CIC can. 212), de comunicarnos con usted y nuestros hermanos católicos por la grave crisis que su gobierno ha provocado en la Iglesia dentro del estado ya crónico de crisis eclesiástica resultante del concilio Vaticano II.

Dado que las súplicas privadas han resultado totalmente inútiles, tal como relatamos debajo, publicamos este documento para aliviar nuestro cargo de conciencia frente al gran daño que usted ha causado, y amenaza con causar, sobre las almas y el bien de la Iglesia, y para exhortar a nuestros hermanos católicos a oponerse a su continuo abuso del oficio papal, particularmente en cuanto a las enseñanzas infalibles de la Iglesia sobre el adulterio y la profanación de la sagrada comunión.

Al decidir publicar este documento, nos guiamos por la enseñanza del doctor angélico sobre un caso de justicia natural dentro de la Iglesia:

Hay que tener en cuenta, no obstante, que en el caso de que amenazare un peligro para la fe, los superiores deberían ser reprendidos, incluso públicamente, por sus súbditos. Por eso san Pablo, siendo súbdito de san Pedro, le reprendió en público a causa del peligro inminente de escándalo en la fe. Y como dice la Glosa de san Agustín: “Pedro mismo dio a los mayores ejemplo de que, en el caso de apartarse del camino recto, no desdeñen verse corregidos hasta por los inferiores.” [Summa Theologiae, II-II, Q. 33, Art 4]

También nos guiamos por la enseñanza de san Roberto Belarmino, doctor de la Iglesia, respecto a la resistencia lícita de un romano pontífice descarriado:

Así como es lícito resistir al Pontífice que ataca al cuerpo, es también lícito resistir al Papa, que ataca a las almas o que perturba el orden civil y, a fortiori, al Papa que intenta destruir la Iglesia. Yo digo que es lícito resistirle no haciendo lo que él ordena e impidiendo la ejecución de su voluntad [De Controversiis sobre el Romano Pontífice, libro 2, Cap. 29].

Los católicos de todo el mundo, y no sólo los “tradicionalistas”, están convencidos de que la situación imaginada por Belarmino es hoy una realidad. Esa convicción es el motivo de este documento.

Que Dios sea el juez de la rectitud de nuestras intenciones.

Christopher A. Ferrara
Columnista Jefe, The Remnant

Michael J. Matt
Editor, The Remnant

John Vennari
Editor, Catholic Family News

LIBRO DE ACUSACIÓN

PARTE I

Por la gracia de Dios y la ley de la Iglesia, una denuncia contra Francisco, Romano Pontífice, por el peligro a la fe y el gran daño a las almas y al bien común de la santa Iglesia católica.

- ¿Qué clase de humildad es ésta?

En la noche de su elección, al hablar desde el balcón de la Basílica de San Pedro, usted declaró: “El deber del cónclave es dar un obispo a Roma”.  Si bien el público frente a usted provenía de todo el mundo, como miembros de la Iglesia universal, usted sólo dio las gracias porque “la comunidad diocesana de Roma tiene a su obispo.” También expresó su deseo que “este camino de Iglesia, que hoy comenzamos” resulte “fructífero para la evangelización de esta ciudad tan bella.” Pidió a los fieles presentes en la Plaza de San Pedro que oren, no por el Papa, sino “por su obispo” y usted dijo que al día siguiente iría “a rezar a la Virgen para que custodie a toda Roma.”

Sus comentarios extraños, en aquella ocasión histórica, comenzaron con la banal exclamación: “¡Hermanos y hermanas, buenas noches!” y terminaron con una intención igualmente banal: “¡Buenas noches y buen descanso!”. Ni una vez, durante su primer discurso, se refirió a sí mismo como Papa ni se refirió a la dignidad suprema del oficio para el cual había sido elegido: el del Vicario de Cristo, cuyo mandato divino es enseñar, gobernar y santificar la Iglesia universal y liderar su misión, la de hacer discípulos a todas las naciones.

Casi desde el momento de su elección comenzó una especial campaña interminable de relaciones públicas cuya temática fue su singular humildad frente a los demás Papas, un simple “Obispo de Roma” en contraste a las supuestas pretensiones monárquicas de sus predecesores y sus elaboradas vestimentas y zapatos rojos que usted rechazó.

Usted dio indicaciones tempranas de una descentralización radical de la autoridad papal en favor de una “Iglesia sinodal” tomando el ejemplo de la visión ortodoxa del “significado de la colegialidad episcopal y su experiencia de sinodalidad”. Los exultantes medios de comunicación aclamaron inmediatamente “la revolución de Francisco”.

Sin embargo, esta ostentosa demostración de humildad ha sido acompañada por un abuso de poder del oficio papal, sin precedentes en la historia de la Iglesia

Durante los últimos tres años y medio usted ha promovido incesantemente sus propias opiniones y deseos, sin el más mínimo respecto o consideración por la enseñanza de sus predecesores, las tradiciones milenarias de la Iglesia o los enormes escándalos que usted ha causado. 

En incontables ocasiones, usted ha conmocionado y confundido a los fieles y ha alegrado a los enemigos de la Iglesia con afirmaciones heterodoxas incluso sin sentido, mientras apilaba insulto tras insulto sobre los católicos practicantes, a quienes ridiculiza continuamente como fariseos actuales y “rigoristas.” 

Su comportamiento personal se ha rebajado frecuentemente en actos y payasadas para quedar bien con el público.

Usted ha ignorado consistentemente la beneficiosa advertencia de su predecesor inmediato quien renunció, bajo circunstancias misteriosas, ocho años después de haber pedido a los obispos reunidos con él al comienzo de su pontificado rogad por mí, para que,  por miedo no huya ante los lobos. Para citar a su predecesor en su primera homilía como Papa:

El Papa no es un monarca absoluto cuya voluntad sea ley, sino el custodio de la tradición auténtica y, con ello, el primer garante de la obediencia. Él no puede hacer lo que quiera, y por eso puede también oponerse a quienes quieren hacer lo que se les ocurre. Su ley no es la arbitrariedad, sino la obediencia de la fe. [Benedicto XVI, 7 de mayo de 2005]

- Una intromisión selectiva en la política, siempre políticamente correcto

Durante su puesto como “Obispo de Roma” usted ha mostrado escaso respeto por las limitaciones de la autoridad papal y su competencia. Se ha entrometido en asuntos políticos tales como las políticas inmigratorias, la ley penal, el medioambiente, la restauración de las relaciones diplomáticas entre los Estados Unidos y Cuba (ignorando la lucha de los católicos bajo la dictadura de Castro) e incluso oponiéndose al movimiento independentista de Escocia

Sin embargo, se niega a oponerse a los gobiernos secularistas cuando desafían la ley divina y natural con medidas tales como la legalización de las “uniones homosexuales”, una cuestión de derecho divino y natural en la cual un Papa puede y debe intervenir.

De hecho, sus numerosas acusaciones a los males sociales—todos ellos políticamente seguros—contradicen sus propias acciones, las cuales comprometen a la Iglesia como testigo contra los diversos errores de la modernidad:

Contrario a la enseñanza inmutable de la Iglesia basada en la Revelación, usted demanda la abolición total global de la pena de muerte, sin importar la gravedad del crimen, e incluso la abolición de las sentencias de muerte, y sin embargo usted jamás ha hecho un llamamiento a la abolición del aborto legalizado, el que ha sido condenado constantemente por la Iglesia como asesinato masivo de inocentes.

Usted declara que un simple fiel peca gravemente si no recicla los desechos de su hogar o no apaga las luces innecesarias, y al mismo tiempo usted gasta millones de dólares en eventos masivos vulgares centrados en su persona, en países a los que viaja con grandes comitivas en aeronaves alquiladas que despiden vastas cantidades de dióxido de carbono en la atmósfera.

Usted demanda fronteras abiertas en Europa para los “refugiados” musulmanes, que son predominantemente hombres en edad militar, mientras que usted vive tras los muros de la ciudad del Vaticano que excluye estrictamente a los no residentes—muros construidos por León IV para prevenir el segundo saqueo musulmán de Roma.

Usted habla incesantemente de los pobres y las “periferias” de la sociedad pero se alía con la jerarquía rica y corrupta de Alemania y concelebridades y potentados del globalismo que están a favor del aborto, la anticoncepción y la homosexualidad.

Usted desprecia las ambiciones de ganancia de las corporaciones y “la economía que mata” mientras honra en sus audiencias privadas y recibe generosas donaciones de los tecnócratas y líderes de corporaciones más importantes del mundo, permitiéndole incluso a Porsche alquilar la Capilla Sixtina para un “concierto magnífico…organizado exclusivamente para los participantes” que pagaron $6.000 cada uno por un tour de Roma—la primera vez que un Papa permite que este espacio sagrado se utilice para un evento corporativo.

Usted demanda el fin de la “desigualdad” mientras abraza dictadores comunistas y socialistas que viven lujosamente mientras las masas sufren bajo sus yugos.

Usted condena a un candidato para la presidencia norteamericana como “no cristiano” porque busca prevenir la inmigración ilegal, pero no dice nada contra los dictadores ateos a los que usted abraza, que han cometido asesinatos masivos, persiguieron a la Iglesia y encarcelaron cristianos en estados policiales.

Al promover su opinión personal sobre la política y las políticas públicas como si fueran doctrina católica, usted no ha dudado en abusar incluso de la dignidad de una encíclica papal, usándola para respaldar declaraciones científicas debatibles e incluso demostrablemente fraudulentas respecto al “cambio climático”, “el ciclo de carbono”, “la contaminación de dióxido de carbono” y la “acidificación de los océanos”. 

El mismo documento demanda también que los fieles respondan a una supuesta “crisis ecológica” apoyando programas medioambientales seculares tales como los Objetivos de Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas, que usted ha elogiado, si bien llaman a un “acceso universal a la salud sexual y reproductiva”, refiriéndose a la anticoncepción y el aborto.

-  Un indiferentismo rampante

Si bien difícilmente sea un pionero respecto a las novedades post-conciliares destructivas como el “ecumenismo” y el “diálogo inter-religioso”, usted ha promovido en un grado no visto ni siquiera en los peores años de la crisis post-conciliar un indiferentismo religioso específico que prácticamente deja de lado la misión de la Iglesia como arca de salvación.

Respecto a los protestantes, usted declara que todos ellos son miembros de la misma “Iglesia de Cristo” como católicos, sin importar sus creencias, y que las diferencias doctrinales entre católicos y protestantes son, comparativamente, asuntos triviales a ser acordados entre teólogos.

Siguiendo esa opinión, usted ha desalentado la conversión de los protestantes, incluyendo el “obispo” Tony Palmer, quien pertenecía a una secta anglicana que pretende ordenar mujeres. Tal como comentó Palmer, cuando habló de “volver a casa a la Iglesia Católica” usted le dio una respuesta espantosa: “Nadie vuelve a casa. Ustedes viajan hacia nosotros y nosotros hacia ustedes, y nos encontraremos en el medio.” ¿En el medio de qué? Al poco tiempo, Palmer murió en un accidente de motocicleta. 

Sin embargo, por su insistencia, el hombre cuya conversión usted impidió deliberadamente fue enterrado como obispo católico—una burla, contraria a la enseñanza inmutable de su predecesor que sostiene que “las ordenaciones realizadas con el rito anglicano son nulas e inválidas.” [León XIII, Apostolicae curae (1896), DZ 3315]
Respecto a las demás religiones en general, usted ha adoptado como programa virtual el mismo error condenado por el papa Pío XI tan solo 34 años antes del Vaticano II: “la falsa opinión de los que piensan que todas las religiones son, con poca diferencia, buenas y laudables, pues, aunque de distinto modo, todas nos demuestran y significan igualmente el ingénito y nativo sentimiento con que somos llevados hacia Dios y reconocemos obedientemente su imperio.” Usted ha ignorado completamente la advertencia de Pío XI que dice que “cuantos se adhieren a tales opiniones y tentativas, se apartan totalmente de la religión revelada por Dios”

Al respecto, usted ha sugerido incluso que hasta los ateos pueden salvarse meramente haciendo el bien, provocando de esta manera el aplauso de los medios de comunicación masiva.

Pareciera que en su visión, la tesis herética de Rahner sobre el “cristiano anónimo” que abraza virtualmente a toda la humanidad suponiendo la salvación universal ha reemplazado definitivamente la enseñanza de Nuestro Señor al contrario: “Quien creyere y fuere bautizado, será salvo; más, quien no creyere, será condenado ” (Mc 16 16).

Por favor, rueguen por el papa Francisco

(Continuará)