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lunes, 6 de noviembre de 2017

Mi Señor y mi amigo: Humanidad de Jesús y amistad con Él [3 de 4] (José Martí)

De todos modos, un cristiano sabe, de antemano, que las puertas del infierno no prevalecerán sobre la Iglesia (cfr Mt 16, 18) porque así está profetizado por Jesucristo. Por lo tanto, ante todo este cúmulo de dificultades y de sufrimientos, nunca debe de ponerse triste ni, mucho menos, desanimarse. Así lo dijo Jesús y así nos lo recuerda también san Juan en su primera carta: "Ésta es la victoria que ha vencido al mundo: nuestra fe. ¿Quién es el que vence al mundo sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?" (1 Jn 5, 4-5). 

Ante los poderes del mal, que son grandes, no debemos temer. Nuestra actitud ha de ser aquella que nuestro Maestro nos aconsejaba"No tengáis miedo a los que matan el cuerpo pero no pueden matar el alma; temed, ante todo, al que puede hacer perder alma y cuerpo en el infierno" (Mt 10, 28). Por eso necesitamos  "revestirnos de la armadura de Dios para poder resistir las insidias del diablo, porque no es nuestra lucha contra la sangre o la carne, sino contra los principados, las potestades, las dominaciones de este mundo de tinieblas y contra los espíritus malignos que están en los aires" (Ef 6, 11-12). San Pablo, en su carta a los efesios, les explica muy bien en qué consiste esta armadura de Dios, que es la única que hace posible vencer en todo, y permanecer firmes y resistir en el día malo. Y así les dice: 
"Estad firmes, ceñidos en la cintura con la verdad, revestidos con la coraza de la justicia y calzados los pies, prontos para proclamar el evangelio de la paz; tomando en todo momento el escudo de la fe, con el que podáis apagar los dardos encendidos del Maligno. Recibid también el yelmo de la salvación y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios, mediante oraciones y súplicas, orando en todo tiempo, movidos por el Espíritu, vigilando, además, con toda constancia y súplica por todos los santos " (Ef 6, 14-18)
Hemos hecho hincapié, hasta ahora, en la divinidad de Jesucristo, lo cual es sumamente importante: "Me llamáis Maestro y Señor y decís bien, porque lo soy" (Jn 13, 13) . "Felipe, el que me ve a Mí ve al Padre" (Jn 14, 9). "Yo y el Padre somos uno" (Jn 10, 30), etc...

Conscientes, por lo tanto,  de que Jesucristo es nuestro Señor, nuestro Dios y nuestro Salvador, vamos a fijarnos ahora en su humanidad,  porque Jesucristo, que es verdadero Dios, el único Dios, es también verdadero hombre. Nuestro ideal como hombres es el de parecernos a Él y hacer realidad su Vida en nosotros. Esto es lo único que da sentido a la vida de un cristiano.
Si buscamos, con detenimiento,  en los Evangelios, nos vamos a encontrar con otras palabras, dichas igualmente por el Señor (y palabra de Dios, por lo tanto) en las que, posiblemente, aún no hemos profundizado lo suficiente.
Pero antes de eso, me hago la siguiente pregunta: ¿Por qué ha querido Jesús sufrir por nosotros, hasta el extremo de dar voluntariamente su Vida y nada menos que con una muerte de cruz? [dado que las puertas del cielo estaban cerradas, a consecuencia del pecado original]

Sólo hay una respuesta posible y nos la da san Juan cuando dice: "Dios es Amor" (1 Jn 4, 8) [lo es en sí mismo, y lo es también en relación a nosotros] ... un amor que es infinito y que nos lo manifestó tomando nuestra naturaleza humana y haciéndose realmente hombre, sin dejar de ser Dios; tomó sobre sí todos los pecados de todos los hombres de todos los tiempos y lugares, como si fueran suyos (que no lo eran) para ofrecérselos, como una ofrenda pura y grata,  a su Padre. Y de este modo, mediante su Pasión [máxima expresión de Amor ésta de dar la vida en rescate por muchos] nos dio la posibilidad, si hacíamos nuestra esa Pasión, de liberarnos del pecado original, lo que antes de su venida era imposible, como ya se ha dicho.

Y en este punto, es de la mayor importancia que reflexionemos, con la ayuda de Dios, acerca de lo que hizo por nosotros ... y por qué lo hizo así y no de otra maneraNo quiso redimirnos sin más (¡podría haberlo hecho!) sino que, al igual que todo verdadero amor busca la reciprocidad del amado, su amor por nosotros, al ser un verdadero amor, necesitaba de nuestra reciprocidad. Y así, muriendo en la Cruz por amor a nosotros y para salvarnos, nos ha dado esa posibilidad de salvación, pero condicionándola a nuestra respuesta. No nos ha querido salvar, sin más, sino que, al igual que Él nos ha amado, "necesita" de nuestra intervención. Sólo si nosotros también lo amamos podremos tener parte con Él, y sólo así puede decirse que su Amor por nosotros es perfecto: si no hay reciprocidad en el Amor no es posible hablar de perfección en el Amor, pues éste es siempre cosa de dos: Dios y cada uno de nosotros. La reciprocidad y la libertad, así como la totalidad, son notas esenciales del verdadero amor, del amor perfecto ... y éste es el Amor que Dios ha querido tener con nosotros. De otro modo no podría hablarse de verdadero amor ni de perfección en el amor. Sería ... otra cosa; un regalo, tal vez. Pero Dios nos ha reservado algo incomparablemente mayor; y mucho más sublime que un mero regalo: su propio Amor y su propia Vida, que pasan a ser nuestros cuando nosotros le damos nuestro amor y nuestra vida.

Todo esto lo comprendió muy bien el Apóstol san Pablo. De ahí que escribiera a los colosenses: "Ahora completo en mi carne lo que falta a los sufrimientos de Cristo en beneficio de su Cuerpo, que es la Iglesia"  (Col 1, 24). San Pablo se sabía amado por Dios y quería amarlo de igual manera. A la luz de esta realidad se comprende mejor esa expresión que utiliza el Apóstol, en lo que se refiere a "completar lo que falta a los sufrimientos de Cristo en su Cuerpo, que es la Iglesia".Y es que el que ama desea compartir la vida y el destino de la persona amada (incluidos los sufrimientos) y ser uno con esta persona. En el amor humano esto es sólo un deseo. En el amor divino-humano es una realidad: "Para mí la vida es Cristo" (Fil 1, 21), decía san Pablo.

Nuestra respuesta amorosa hacia Él se tiene que manifestar en obras pues, como decía el Apóstol Santiago "la fe, si no va acompañada de obras, está realmente muerta" (St 2, 17). ¿A qué obras se refiere? 

Cuando los judíos le preguntaron a Jesús: "¿Qué haremos para realizar las obras de Dios?" (Jn 6, 28) Éste les respondió: "Ésta es la obra de Dios: que creáis en Aquél a quien Él ha enviado" (Jn 6, 29).  Pero la fe va unida siempre al amor: "Si me amáis guardaréis mis mandamientos" (Jn 14, 15). Esta idea se repite infinidad de veces:  "Quien acepta mis mandamientos y  los guarda, ése es el que me ama" (Jn 14, 21). "Si alguno me ama, guardará mi Palabra y mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos morada en él" (Jn 14, 23). "Si guardáis mis mandamientos permaneceréis en mi amor, como Yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor" (Jn 15, 10). 

Es evidente que la fe a la que se refería Lutero no es la fe de la que aquí se habla. La herejía de Lutero apartaba de Diosporque su máxima era: "Peca mucho pero cree más", siendo así que el hombre no se salva por la sola fe, si ésta no va acompañada de obras de amor. 

El amor, manifestado en obras, es la esencia de la verdadera fe"Si me amáis, guardaréis mis mandamientos" (Jn 14, 15). ¿Y cuál es el mandamiento mayor? ¿Qué es lo que pide Jesús a sus discípulos?"Éste es mi mandamiento: que os améis unos a otros como Yo os he amado" (Jn 15, 12). Hay aquí una novedad con relación al Antiguo Testamento. Ya no se trata sólo de amar al prójimo como a nosotros mismos. Es mucho más: el salto es cualitativo porque para poder amar como Jesús ama tenemos que tener su Amor en nosotros, tenemos que tener su corazón. ¿Es esto posible? 

¿Cómo amaba Jesús? Podemos leerlo en el evangelio de san Juan:   "Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin" (Jn 13, 1). O sea, los amó con la máxima intensidad posible y los amó hasta el extremo, dando su vida por ellos [más no se puede dar] conforme a lo que Él mismo dijo acerca del máximo amor posible:  "Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos" (Jn 15, 13). 

Jesús dio su Vida para la salvación del género humano, pero su mayor amor se manifestó, realmente, en dar la vida por los suyos, por sus discípulos, pues sólo a ellos les dijo: "Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que Yo os mando" (Jn 15, 14). E insiste: "Ya no os llamo siervos sino amigos, porque el siervo no sabe lo que hace su Señor; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que oí de mi Padre os lo he dado a conocer" (Jn 15, 15). 

Todo aquél que hace lo que Jesús manda se convierte en su amigo ... y entonces su Amor se hace efectivo en él. Y, por supuesto, también la salvación. Ésa es la razón por la que, en la Santa Misa, en el momento de la consagración, se escuchan estas palabras de labios del sacerdote, que actúa "in Persona Christi": "Éste es el cáliz de mi sangre, del nuevo y eterno testamento, misterio de fe, que será derramada por vosotros y por muchos para la remisión de los pecados", en donde se observa que Jesús dice "por vosotros"  (refiriéndose a los discípulos que tenía delante de sí; cfr Lc 22, 20) y "por muchos" (refiriéndose a todos aquéllos que habrían de creer más adelante en Jesús y convertirse también en sus amigos ... y entre los que [¡ojalá!] podríamos contarnos nosotros; cfr Mc 14, 24). 

Lo ideal sería que este "por muchos" abarcase a "todos los hombres", pero aunque su sacrificio es válido y sobreabundante para toda la humanidad, no obstante, la Redención (que es particular) sólo se hace efectiva para aquéllos a quienes les llega el Mensaje de Jesús y lo acogen con fe y con amor en su corazón.
Continuará