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domingo, 28 de enero de 2018

Dubia: la polémica que no va a desaparecer por sí sola (Carlos Esteban)



Ahora es el Cardenal Wim Eijk, arzobispo de Utrecht, quien alza públicamente la voz para pedir al Papa que aporte claridad en esta angustiosa polémica.

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Si bien un belén quizá no sea la composición adecuada para hacerlo, tan centrado como debe estar en los protagonistas del gozoso misterio, hubiera sido interesante que el conjunto artístico con que nos obsequió estas Navidades el Vaticano no se limitase tan solo a las obras de misericordia corporales, sino que incluyera también las espirituales.

Podríamos, así, ver representadas alegóricamente algunas como la de “enseñar al que no sabe” que, idealmente, el próximo año, podría representar al propio Francisco dignándose al fin aclarar puntos oscuros de doctrina que algunas de sus declaraciones y mensajes dejan confusos para tantos.

En Infovaticana hemos tratado el asunto de los Dubia y la Correctio Filialis obsesivamente, y no sin una buena razón, porque la confusión en esto no es sobre asuntos menores o tangenciales, sino que afectan directamente a tres sacramentos y al concepto mismo de mal objetivo.
Que el Santo Padre no puede responder a todas las consultas que se le hagan parece obvio; que responda con un empecinado silencio a aclaraciones cruciales de su propio magisterio que se le piden reiteradamente desde varias instancias, incluidos colegas suyos en el episcopado, de modo que cumpla la misión encomendada a Pedro de “confirmar en la fe a sus hermanos”, es ya algo más desconcertante y casi misterioso.
Al asunto de las dudas sobre la exhortación papal Amoris Laetitia se le ha querido dar por muerto y cerrado en numerosas ocasiones por el coro de teólogos áulicos empeñados en echar en cara a los impertinentes su osadía.

Pero no hay modo de cerrar en falso algo así; nada que no sea un pronunciamiento papal claro y terso que confirme la doctrina perenne de la Iglesia puede poner punto final a esta dolorosa crisis.

Ahora es el Cardenal Wim Eijk, arzobispo de Utrecht, quien alza públicamente la voz para pedir a su colega de Roma -por elegir el título con el que apareció en el balcón de San Pedro el día de su elección- que aporte claridad en esta angustiosa polémica.

No vamos a repetir lo que pueden leer en estas mismas páginas sobre las declaraciones de Eijk a la revista católica Trow, pero nos quedaremos con una frase que va exactamente al centro de la polémica:
“Lo que es verdadero en el lugar A no puede ser falso de repente en el lugar B”.
Uno no es católico -o no debería- porque le gusten más o menos las doctrinas de la Iglesia, porque vaya con su carácter o forma de vida o porque responda a sus inclinaciones personales, sino porque cree que son ciertas. Y esto no porque, como la filosofía platónica o el método cartesiano, las haya deducido un grupo de profundos pensadores, sino porque es el propio Dios quien, por medio de Su Hijo, nos las ha transmitido.

Es un Mensaje, perenne, fuera incluso del tiempo, que no puede ‘actualizarse’ ni cambiarse al ritmo de las nuevas sensibilides del mundo, siempre pasajeras y provisionales. La Iglesia, en fin, no es una sociedad que dice “verdades”, sino que es fuente de verdad, y esto no por sí misma, sino en cuanto es custodia fiel del Mensaje.

Cómo se plasma esta verdad eterna en casos concretos puede, legítimamente, ser objeto de debate, y es una de las funciones del Romano Pontífice asegurarse de que estas disputas tienen un resultado feliz, claro y firme, en línea con la Tradición y el Magisterio.


Santo Padre, responda a las Dubia.

Carlos Esteban