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miércoles, 18 de noviembre de 2015

Discurso de Clausura del Sínodo - 5 (Análisis crítico)



Continúa diciendo el santo Padre en su discurso de clausura del Sínodo, hablando de lo que éste [el Sínodo] ha supuesto para la Iglesia:

- Significa -dice- haber puesto al descubierto los corazones cerrados

Una nueva ambigüedad, porque ¿a quiénes se refiere exactamente el papa Francisco cuando habla de corazones cerrados?

Si algo claro deberíamos de tener los cristianos es, entre otras cosas, que nuestro corazón ha de estar abierto al bien y a la verdad, es decir, a todo lo que conduce al hombre a Dios. Pero también debe de estar cerrado al error y al pecado, pues el pecado nos destruye, nos aparta de Aquél que es nuestro bien, nos aleja de Dios. Así se expresaba san Agustín: "Es preciso odiar el pecado y amar al pecador"


De ahí la importancia y la necesidad de la claridad y del rigor al expresarse para no confundir a la gente; la expresión "corazón cerrado" que parece tener una connotación negativa, va a depender de cómo se entienda tal expresión así como de aquéllos a quienes va dirigida: hay que entenderla a la luz del contexto en el que fue dicha.  

Escuchemos, pues, la frase completa. Así dice el papa Francisco hablando de lo que ha supuesto el Sínodo de la familia: 


Significa haber puesto al descubierto  los corazones cerrados, que a menudo se esconden incluso detrás de las enseñanzas de la Iglesia o detrás de las buenas intenciones para sentarse en la cátedra de Moisés ...

Sinceramente -es mi opinión- no creo que el Sínodo haya significado esto a lo que el papa Francisco se refiere; o mejor dicho, a la interpretación que él da a la expresión "corazones cerrados", la cual atribuye, tal y como suena, a "aquellos que se esconden detrás de las enseñanzas de la Iglesia" ... "para sentarse en la cátedra de Moisés". En otras palabras, a los cardenales del Sínodo ... pero no a todos: tan solo a aquellos que se mantienen fieles a lo que dijo Jesucristo. Ésos son los de corazón cerrado ... luego los de corazón abierto serían el resto de cardenales, aquellos que están con las corrientes modernistas y están "deseando" que se produzca un cambio en la doctrina de la Iglesia. 


No puedo evitar que acudan a mi mente las palabras de Jesús cuando dijo: "Sin duda me aplicaréis aquel proverbio: 'Médico, cúrate a tí mismo' " (Lc 4, 23) ... puesto que el Papa está precisamente en lo más alto de la cátedra de Moisés a la que él mismo alude. Pero en fin. 

Vamos a ver. Pensemos un poco ... y no nos dejemos llevar por prejuicios. Las enseñanzas de la Iglesia, en cuanto a la moral, se refieren al cumplimiento de los mandamientos de la Ley de Dios ... un cumplimiento que se hace (o se debe de hacer) por Amor. No se puede dar por sentado, así sin más, que todo el que cumple los mandamientos de la Ley de Dios es un hipócrita que sólo piensa en sí mismo. Eso constituye un juicio temerario. Y, en principio, es de suponer que quien cumple los mandamientos no lo hace de modo hipócrita. Que tal situación pueda darse, y que de hecho se haya dado -y se dé- en algunos casos, es la excepción que confirma la regla.

Y la regla consiste en hacer realidad en la propia vida las palabras de Jesús, quien siempre habla claro. Sus Palabras nunca nos confunden: "Si alguno me ama, guardará mi Palabra" (Jn 14, 23). "Quien acepta mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama" (Jn 14, 21). "Si me amáis, observaréis mis mandamientos" (Jn 14, 15). Y así en infinidad de citas bíblicas, todas en el mismo sentido. El cumplimiento de los mandamientos, en el Nuevo Testamento, va siempre unido al Amor a Dios, manifestado, como siempre, en Jesucristo.

Estas palabras, como digo, no son mías; fueron pronunciadas por Jesucristo y son, por lo tanto, Palabra de Dios ... no son de un Dios legalista, precisamente, sino de un Dios que es Amor (1 Jn 4, 8). Su autor es el Espíritu Santo. El que cumple los mandamientos de la Ley de Dios no es un fariseo ni un hipócrita ni tiene el corazón cerrado, sino que los cumple, precisamente, porque ama a Jesucristo, porque ama a Dios y, en consecuencia, ama a sus hermanos: "Si alguno dice: 'Amo a Dios' y aborrece a su hermano, es un embustero; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve" (1 Jn 4, 20).

Con relación al prójimo, éstos son los mandamientos de Dios, que aparecen en la Biblia: "Honrarás a tu padre y a tu madre (...). No matarás. No cometerás adulterio. No robarás. No dirás falso testimonio contra tu prójimo. No desearás la mujer de tu prójimo" (Ex 20, 12-17; Dt 5, 17, 21). Si una persona ama a otra, cumplirá estos mandamientos. Y eso no la convierte en un "corazón cerrado". Es justo lo contrario. El que así actúa tiene su corazón abierto, abierto al amor: al amor de Dios y al amor al prójimo, pues ambos -si son auténticos- se dan siempre juntos.

Es cierto que a lo largo de la historia de la Iglesia nos hemos encontrado-y seguimos encontrándonos- con personas, católicos sólo de nombre, que se han aprovechado de la Palabra de Dios y que han tenido un corazón duro, quedándose en la pura letra, siendo así que "la letra mata" (2 Cor 3, 6b) y que sólo "el Espíritu da vida" (2 Cor 3, 6c) ...; pero hay que hacer honor a la verdad y reconocer que se ha tratado -y se trata- de casos aislados de personas que han actuado mal y en contra de la voluntad de Dios. 


La mayoría de los Jerarcas (al menos hasta hace cincuenta años; y también ahora muchos de ellos) actuó conforme a la voluntad de Dios; esa es la razón por la que la Iglesia aún se mantiene. Y es que no se puede juzgar al todo por la parte. No se puede juzgar al conjunto de la Iglesia por unos cuantos miembros de ella ... máxime teniendo en cuenta que tales miembros, al proceder malamente están, por eso mismo (de alguna manera) fuera de la Iglesia a la que dicen representar.

Limitándome tan solo a razonar ... y si mi razón aún me sigue funcionando, en estas palabras del santo Padre lo que yo veo es que es él quien está juzgando -y no precisamente con misericordia- a todos esos a quienes atribuye un "corazón cerrado" ... (además, está juzgando intenciones, que no hechos. Y las intenciones sólo las conoce Dios) y lo peor de todo es que la razón por la que los juzga así es nada menos que por atenerse a las enseñanzas de la Iglesia (dando por hecho que se esconden detrás de ellas y que son, por lo tanto, unos hipócritas).


Podría concluirse, aunque no necesariamente (pero desde luego, da pie para ello) que, puesto que los que se apoyan en las Enseñanzas de la Iglesia tienen los corazones cerrados ... entonces resultaría que tendrán los corazones abiertos justo aquéllos que no sigan esas enseñanzas, lo que sería un completo dislate ... Por supuesto que eso no lo ha dicho el Papa ... pero ha dejado la puerta abierta (¡nunca mejor dicho!) a esta interpretación ... que casi se deduce de sus palabras. 

La Iglesia debe de ser una Iglesia de puertas abiertas; lo cual, bien entendido, es cierto. Pero se trata de abrir la puerta en la que está Cristo y no cualquier puerta; y no a cualquiera: "He aquí que estoy a la puerta y llamo. Si alguno escucha mi voz y abre la puerta, Yo entraré a él y cenaré con él. Y él cenará conmigo" (Ap 3, 20). Jesucristo es la única Puerta, cuyas llaves encomendó a la Iglesia. Por eso fuera de la Iglesia no hay salvación posible. Y de ahí la importancia de decir siempre la verdad, con claridad, a la gente, para que no se confundan de puerta y busquen en otros lugares lo que sólo se encuentra en el seno de la Iglesia Católica de siempre, aquella que transmite con fidelidad las enseñanzas recibidas de Jesucristo y de sus Apóstoles.

¡Me resulta difícil digerir que estas palabras hayan salido de la boca de un Papa, pues está asociando la enseñanza de la Iglesia a los corazones cerrados, lo cual es del todo falso!. Pero ahí están. Y no vale mirar para otro lado, como si no hubiesen sido dichas, porque -de hacerlo- eso nos situaría en la mentira y nos alejaría de Dios. Según Pedro y los Apóstoles "es preciso obedecer a Dios antes que a los hombres" (Hech 5, 29). Pues bien: Entre lo que dice el papa Francisco [al menos en esta ocasión; en otra ocasión dirá otra cosa diferente, de modo que la confusión está servida] y lo que dicen tanto Jesucristo, por una parte, como Pedro y el resto de los Apóstoles, por otra, yo me quedo con estos últimos.

Sólo cumpliendo la ley de Cristo, que es una ley de amor, los corazones se expanden realmente, aunque ello suponga siempre la cruz como condición "sine qua non". Una falsa misericordia degenera en sentimentalismo y no es eso lo que Dios quiere. Recordemos: Misericordia y Verdad. Nunca la una sin la otra: "La misericordia y la fidelidad se encontrarán. La justicia y la paz se besarán" (Sal 85, 11). 



(Continuará)