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lunes, 2 de mayo de 2016

”Amoris Laetitia”: Aclaración para evitar una confusión general (Mons. Schneider) (2 de 3)


Monseñor Athanasius Schneider

PELIGROS DE LA COLABORACIÓN DE LA IGLESIA EN LA DIFUSIÓN DE LA ”PLAGA DEL DIVORCIO”
Profesando la doctrina de siempre de Nuestro Señor Jesucristo, la Iglesia nos enseña: Fiel al Señor, la Iglesia no puede reconocer como matrimonio la unión de divorciados vueltos a casar civilmente. «Quien repudie a su mujer y se case con otra, comete adulterio contra aquella; y si ella repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio» (Mc 10, 11-12). "Hacia ellos la Iglesia muestra una atenta solicitud, invitándoles a una vida de fe, a la oración, a las obras de caridad y a la educación cristiana de los hijos; pero no pueden recibir la absolución sacramental, acercarse a la comunión eucarística ni ejercer ciertas responsabilidades eclesiales, mientras dure tal situación, que contrasta objetivamente con la ley de Dios". (Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, 349).
Vivir en unión matrimonial no válida contradiciendo el mandamiento de Dios y la sacralidad e indisolubilidad del matrimonio, no significa vivir en la verdad. Declarar que la práctica deliberada, libre y habitual, de los actos sexuales en una unión matrimonial no válida en algunos casos concretos no sería un pecado grave, no es la verdad, es una mentira grave, y por lo tanto nunca traerá la verdadera alegría del amor. Permitir, por lo tanto, a estas personas  recibir la santa comunión significa simulación, hipocresía y mentira. Sigue siendo válida, de hecho, la Palabra de Dios en la Sagrada Escritura: "Quien dice 'yo lo he conocido' y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso y la verdad no está en él." (1 Jn, 2, 4)
El Magisterio de la Iglesia nos enseña la validez universal de los diez mandamientos de Dios: "Los diez mandamientos, por expresar los deberes fundamentales del hombre hacia Dios y hacia su prójimo, revelan en su contenido primordial obligaciones graves. Son básicamente inmutables y su obligación vale siempre y en todas partes. Nadie podría dispensar de ellos. Los diez mandamientos están grabados por Dios en el corazón del ser humano." (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2072). 

Los que han afirmado que los mandamientos de Dios y, en particular, el mandamiento "No cometerás adulterio" podrían tener excepciones y, en algunos casos, la inhabilitación de la culpa del divorcio, son los fariseos y los cristianos agnósticos del segundo y tercer siglo.
Las siguientes afirmaciones del magisterio son todavía válidas porque son parte del Magisterio infalible en la forma del magisterio universal y ordinario: los preceptos negativos de la ley natural son universalmente válidos: obligan a todos y cada uno, siempre y en toda circunstancia. En efecto, se trata de prohibiciones que vetan una determinada acción «semper et pro semper», sin excepciones … se dan comportamientos que nunca y en ninguna situación pueden ser una respuesta adecuada … La Iglesia ha enseñado siempre que nunca se deben escoger comportamientos prohibidos por los mandamientos morales, expresados de manera negativa en el Antiguo y en el Nuevo Testamento. Como se ha visto, Jesús mismo afirma la inderogabilidad de estas prohibiciones: «Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos…: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no levantarás testimonio falso» (Mt 19, 17-18) ” (Juan Pablo II, Encíclica Veritatis Splendor, 52).
El magisterio de la Iglesia nos enseña todavía más claramente: La conciencia buena y pura es iluminada por la fe verdadera. Porque la caridad procede al mismo tiempo “de un corazón limpio, de una conciencia recta y de una fe sincera” (1 Tm 1, 5): [3, 9; 2 Tm 1, 3; 1 P 3, 21; Hch 24, 16] (Catecismo de la Iglesia Católica, 1794).
En el caso de que un persona cometa actos morales objetivamente graves de plena consciencia, sana de mente, con libre decisión, con el objetivo de repetir estos actos en un futuro, es imposible aplicar el principio de la no-imputabilidad a esta pareja de divorciados vueltos a casar ya que representaría una hipocresía y un sofisma gnóstico. Si la Iglesia admite estas personas, aunque solo en un caso, a la santa comunión, eso contradeciría a los que profesan la doctrina, ofreciendo esas mismas parejas un testimonio contrario públicamente contra la indisolubilidad del matrimonio, contribuyendo así al crecimiento de la ”plaga del divorcio” (Concilio Vaticano II, Gaudium et Spes, 47).
Al fin de evitar una tan intolerante y escandalosa contradicción, la Iglesia, interpretando infaliblemente la verdad divina de la ley moral y de la indisolubilidad del matrimonio, ha observado inmutablemente por dos mil años la práctica de admitir a la santa comunión solo a aquellos divorciados que viven en perfecta continencia y "remoto escándalo", sin alguna excepción o privilegio particular.
La primera tarea pastoral que el Señor confirió a su Iglesia fue la enseñanza de la doctrina (ver Mt, 28, 20). La observancia de los mandamientos de Dios está intrínsecamente asociada a la doctrina. Por esta razón la Iglesia siempre ha rechazado la contradicciones entre la doctrina y la vida, calificando una parecida contradicción como gnóstica o como la teoría luterana herética del ”simul iustus et peccator”. Tras la fe y la vida de la Iglesia no debe existir ninguna contradicción.
Cuando se trata de la observancia del mandamiento expreso de Dios y de la indisolubilidad del matrimonio, no se puede hablar de interpretaciones teológicas opuestas. Si Dios ha dicho: "No cometerás adulterio", ninguna autoridad humana puede decir: "En este caso excepcional o por un fin bueno puedes cometer adulterio".
La siguiente afirmación del papa Francisco es muy importante, donde el Sumo Pontífice habla a propósito de la integración de los divorciados vueltos a casar en la vida de la Iglesia: "Este discernimiento no podrá jamás prescindir de las exigencias de verdad y de caridad del Evangelio propuesto por la Iglesia … Deben garantizarse las condiciones necesarias de humildad, reserva, amor a la Iglesia y a su enseñanza … se evita el riesgo de que un determinado discernimiento lleve a pensar que la Iglesia sostiene una doble moral” (AL, 300). Esta afirmación loable de AL permanece todavía sin ninguna especificación concreta respecto a la cuestión de la obligación de los divorciados vueltos a casar de separarse o al menos de vivir en perfecta continencia.
Cuando se trata de la vida o de la muerte del cuerpo, ningún médico dejaría el caso en la ambigüedad. El médico no puede decirle al paciente: "Debo decidir entre la aplicación de la medicina según la conciencia o respetando las leyes de la medicina". Un comportamiento parecido de parte de un médico es, sin duda, considerado irresponsable. Pues la vida del alma inmortal es más importante porque de la salud del alma depende su destino para toda la eternidad.
LA VERDAD LIBERTADORA DE LA PENITENCIA Y DEL MISTERIO DE LA CRUZ
Afirmar que los divorciados vueltos a casar no son pecadores públicos significa simular falsamente. Además, ser pecadores es la verdadera condición de todos los miembros de la Iglesia militante en la tierra. Si los divorciados vueltos a casar dicen que sus actos voluntarios y deliberados contra el sexto mandamiento de Dios no son en absoluto pecado o pecado grave, son unos mentirosos y la verdad no está en ellos, como dice san Juan: "Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonarnos y purificarnos de toda maldad. Si decimos que no hemos pecado, lo hacemos pasar por mentiroso, y su palabra no está en nosotros"(1 Jn 8-10).

La aceptación de parte de los divorciados vueltos a casar de la verdad que son pecadores e incluso pecadores públicos no resta valor a su esperanza cristiana. Solamente la aceptación de la realidad y de la verdad los hace capaces de volver a tomar el camino de una fructuosa penitencia según la palabra de Jesucristo.

Sería muy saludable para restaurar el espíritu de los primeros cristianos y del tiempo de los Padres de la Iglesia, cuando existía una viva solidaridad de los fieles con los pecadores públicos, y todavía una solidaridad según la verdad. Una solidaridad que no tenía nada de discriminatorio; al contrario, era la participación de toda la Iglesia en el camino penitencial de los pecadores públicos por medio de la oración de intercesión, de las lágrimas, de los actos de expiación y de caridad en su favor.

La exhortación apostólica Familiaris Consortio enseña: "los fieles para que ayuden a los divorciados, procurando con solícita caridad que no se consideren separados de la Iglesia, pudiendo y aun debiendo, en cuanto bautizados, participar en su vida. Se les exhorte a escuchar la Palabra de Dios, a frecuentar el sacrificio de la misa, a perseverar en la oración, a incrementar las obras de caridad y las iniciativas de la comunidad en favor de la justicia, a educar a los hijos en la fe cristiana, a cultivar el espíritu y las obras de penitencia para implorar de este modo, día a día, la gracia de Dios. La Iglesia rece por ellos, los anime, se presente como madre misericordiosa y así los sostenga en la fe y en la esperanza" (n. 84)
Durante el primer siglo, los pecadores públicos eran integrantes de la comunidad orante de los fieles y tenían que implorar de rodillas y con los brazos alzados la intercesión de sus hermanos. Tertuliano nos da un testimonio conmovedor: "Un cuerpo no puede alegrarse mientras que uno de sus miembros sufre. Es necesario que todo entero llore y trabaje para su curación. Cuando tiendes la mano a las rodillas de tus hermanos, es Cristo al que tocas, es Cristo al que imploras. Igualmente, cuando viertan lágrimas por ti, es Cristo quien compadece" (De paenitentia, 10, 5-6). Del mismo modo habla san Ambrosio de Milán: "La Iglesia entera ha tomado sobre sí la carga del pecador público, sufriendo con él por medio de las lágrimas, oraciones y dolores" (De paenitentia, 1, 81)
Es verdad que las formas de la disciplina penitencial de la Iglesia han cambiado, pero el espíritu de esta disciplina debe estar en la Iglesia de todos los tiempos. Hoy, algunos sacerdotes y obispos, basándose en algunas afirmaciones de AL, comienzan a hacer entender a los divorciados vueltos a casar que su condición no equivale al estado objetivo de pecador público. Así les tranquilizan declarándoles que sus actos sexuales no son constituidos pecado grave. Una parecida actitud no corresponde a la verdad. Les privan a los divorciados vueltos a casar de la posibilidad de una conversión radical a la obediencia de la voluntad de Dios, dejando a esas almas en el engaño. Una tal actitud pastoral no es muy difícil, y no cuesta nada. No cuesta lágrimas, oraciones y obras de intercesión y de expiación fraterna a favor de los divorciados vueltos a casar.
Al admitir, aunque solo en caso excepcionales, a los divorciados vueltos a casar a la santa comunión sin preguntarles acerca de cesar de practicar los actos contrarios al sexto mandamiento de Dios, declarando, además, presuntuosamente,  que sus actos no son pecado, se elige el camino fácil, se evita el escándalo de la cruz. Una parecida pastoral de divorciados vueltos a casar es una pastoral enferma y engañosa. A todos aquellos que propagan un parecido camino fácil a los divorciados vueltos a casar Jesús les dirige todavía hoy estas palabras: "’¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Tú eres para mí un obstáculo, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres". En cambio, dice Jesús a sus discípulos: "El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga" (Mt 16, 23-25).
Acerca de la pastoral de divorciados vueltos casar, hoy se olvida reavivar el espíritu de seguir a Cristo en la verdad de la  cruz y de la penitencia, que lleva a una alegría permanente, evitando las alegrías efímeras que pueden conducir a errores. La siguiente palabra del papa san Gregorio Magno es actual y luminosa: "No podemos habituarnos demasiado a nuestro exilio terrestre, la comodidad de esta vida no puede hacernos olvidar nuestra verdadera patria para que el espíritu no se quede dormido en medio de la comodidad. Por este motivo, Dios une a sus dones regalos y castigos, para que todo lo que nos encanta en este mundo, se convierta en amargo y se encienda en el alma aquel fuego que nos lleva siempre al deseo de las cosas celestiales y nos hace progresar. Ese fuego nos duele agradablemente, nos crucifica suavemente y nos entristece alegremente” (En Hez, 2, 4, 3).
Es el espíritu de la auténtica disciplina penitencial de la Iglesia del primer siglo y que perdura en la Iglesia de todos los tiempos hasta hoy

Tenemos el ejemplo conmovedor de la beata Laura del Carmen Vicuña, nacida en Chile en  1981. Sor Azocar, que había curado a Laura, contó: "Me acuerdo que cuando había  explicado por primera vez el sacramento del matrimonio, Laura se me acercó, diciendo que si había entendido bien mis palabras, su madre estaba en pecado mortal mientras que estaba con aquel señor.  En aquella época, en Junín, una sola familia vivía de acuerdo a la voluntad de Dios”. Ahora, Laura multiplicaba las oraciones y las penitencias por su madre. El 2 de junio de 1901 hizo su primera comunión, con gran fervor; escribió estas siguientes notas: 

1.- Quiero, o Jesús mío, amarte y servirte para toda la vida; por esto te ofrezco toda mi alma, mi corazón, y todo mi ser entero. 
2.- Prefiero morir con sufrimiento, que ofenderte con el pecado; por eso quiero alejarme de todo lo que me puede alejar de ti. 
3.- Prometo hacer todo lo posible para que Tú seas siempre más conocido y amado, y al fin reparar las ofensas que todos los días te infligen los hombres que no te aman, especialmente de aquellas personas que están más cerca de mí. 

-¡Oh Dios mío, concédeme una vida de amor,  de mortificación y de sacrificio!". 

Pero su gran alegría fue eclipsada al ver que su madre, presente en la ceremonia, no recibió la comunión. 

En el 1902, Laura ofrece su vida por su propia madre que vive con un hombre en unión irregular en Argentina.  Laura multiplica las oraciones y las privaciones para obtener la conversión de su madre. Porque horas antes de morir la llama a donde ella. Sabiendo que era el momento supremo, exclama: "Madre, estoy por morir. Se lo he pedido a Jesús, y he ofrecido mi vida para la gracia de tu retorno. Madre, ¿tendré la alegría ver tu arrepentimiento antes de morir?" Trastornada, su madre le promete: "Mañana a la mañana iré a la iglesia y me confesaré". 

Laura pide al sacerdote que se acerque y le dice: ”Padre, mi madre en este momento promete abandonar a aquel hombre; ¡eres testigo de esta promesa! Y él añade: "¡Reza muy contenta!". Con estas palabras expiró, el 22 de enero de 1904, en Junín de los Andes (Argentina), con 13 años, en los brazos de su madre que volvió a la fe poniendo fin a la unión irregular en la cual vivía.
El ejemplo admirable de la vida de la joven beata Laura es una demostración de cuánto un verdadero católico debe considerar seriamente el sexto mandamiento de Dios y la sacralidad e indisolubilidad del matrimonio. 

Nuestro Señor Jesucristo nos recomienda evitar incluso la apariencia de una aprobación de una unión irregular o de adulterio. Este mandamiento divino la Iglesia lo ha conservado fielmente y transmitido, sin ambigüedad, en la doctrina y en la práctica. 

Ofreciendo su joven vida la beata Laura no interpretó una de las diversas interpretaciones doctrinales o pastorales, sino una verdad divina inmutable y universalmente válida. Una verdad demostrada con la ofrenda de su vida por parte de un gran número de santos, desde san Juan Bautista hasta los simples fieles de nuestros días, cuyos nombres solo Dios conoce.


(Continúa)