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sábado, 1 de julio de 2017

"DIOS NO PUEDE SER DIOS SIN NOSOTROS" .... afirma el papa Francisco. ¿Es eso cierto? (por José Martí)

Duración 2:31 minutos

Dios no puede ser Dios sin nosotrosTal expresión, en sí misma, constituye una herejía. Dios es Amor, en sí mismo, en el misterio de la Santísima Trinidad. Y no necesita de nosotros para amar. Nos creó libremente, por puro amor, no porque necesitara crearnos para poder amar a alguien. Si Dios hubiera tenido esa necesidad no podríamos hablar de un Dios todopoderoso, que tiene en sí todas las perfecciones posibles.

Nuestra existencia es un don de Dios; y se lo pagamos bastante mal negándole desde el principio. El pecado de origen de nuestros primeros padres se ha transmitido a toda la humanidad. Y es el bautismo el único que nos puede librar de dicho pecado. De todos modos nuestra naturaleza está dañada, está herida debido a ese pecado inicial. Se habla del hombre en estado de naturaleza caída (que no corrompida, como diría Lutero, el hereje de la Reforma), con las consecuencias físicas que eso conlleva: sufrimiento, dolor, enfermedad, muerte; y lo peor de todo, nuestra tendencia al mal, al pecado, que está muy arraigada en nosotros. Las puertas del cielo quedarían cerradas para toda la humanidad, no ya por el pecado de origen sino por los pecados personales que, inevitablemente, todo hombre comete, si no es ayudado por la gracia divina (una gracia que perdimos y que necesitamos).

Porque así lo quiso, Dios, por puro Amor libre y desinteresado, y dado que no desea nuestra condenación ... puesto que la culpa de Adán era de grado infinito en razón de la Persona a quien ofendió con su soberbia, que era infinita (Dios)se necesitaba de una reparación de esa injusticia cometida para con Dios ... pero tal reparación debía de tener también un carácter de infinito. Esto era imposible para el hombre, ser finito. Sólo Dios es infinito. Pero Dios no había pecado ... ni podía pecar: ¿cómo se iba a rebelar contra Sí mismo, que en eso consiste el pecado?. De este modo, el hombre quedaba condenado de por vida. Y su fin -salvo raras excepciones- sería la muerte segunda, esto es, el infierno (pues incluso los justos, que serían la excepción, aquéllos que siguieran la ley natural impresa en sus corazones, al no poseer la gracia santificante, no podían entrar tampoco en el Cielo y gozarían sólo de un estado de felicidad natural, en un lugar que se ha venido llamando seno de Abraham).

Y hete aquí que Dios, en su infinita Bondad y libremente (insisto, sin estar obligado a ello, pues entonces no sería Dios) decidió un plan para nuestra salvación. En dicho plan, que se llevaría a efecto en un determinado momento de la historia, Él tomaría sobre sí los pecados de toda la humanidad (de todos los tiempos y lugares), haciéndolos realmente suyos ... y reparando así la ofensa infinita que el hombre había cometido. En Él recaería toda la Justicia infinita de Dios; y la deuda del hombre quedaría saldada. Y esto en un doble sentido: 


(1) Sólo los hombres eran deudores por el pecado cometido. Pues bien: Dios (en la segunda Persona de la Santísima Trinidad ... algo que sólo conoceremos después de su Venida a este mundo) se hizo realmente hombre, se hizo uno de nosotros, con su cuerpo y su alma, y padeció, sufrió y murió como todo hombre de carne y hueso que viene a este mundoTomó una naturaleza humana como la nuestra, con un nombre que lo identificaba: Jesús. 

(2) Jesús era realmente Dios (la segunda Persona de la Santísima Trinidad). Su Persona era Divina ... y, por lo tanto, tenía también una Naturaleza Divina. Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre. En cuanto que era hombre, y aun cuando no había pecado en Él, libremente tomó sobre sí todo pecado (en el espacio y en el tiempo), "se hizo pecado" dice la Biblia (cfr 2 Cor 5, 21). Y con su muerte en la cruz, por amor a nosotros, para que no nos condenáramos, pagó la deuda que nosotros habíamos contraído. Una deuda infinita que Él si que podía pagar, puesto que era Dios (además de ser hombre) y, por lo tanto, infinito.

Sin embargo, es muy importante tener en cuenta que esta salvación que Él, con su muerte en la Cruz, hizo que fuese posible para nosotros, digo, esta salvación no se hará efectiva en todos los hombres. Sólo en aquéllos que reconozcan que Jesús es realmente Dios, además de ser hombre. Y que resucitó de entre los muertos. Y que puso unas condiciones a los hombres, que éstos tienen que cumplir si quieren entrar en su gloria. 

Según la conocida frase: Amor con amor se paga; y teniendo en cuenta que el amor es libre y recíproco, Dios espera de nosotros que, libremente, lo amemos y que le reconozcamos como lo que es: solo Él es el Señor. Un reconocimiento que se traducirá, lógicamente, en nuestra vida, la cual, bajo su influencia, si lo dejamos, se transformará por completo. Y es entonces cuando, con toda verdad, somos creados como hijos de Dios, hijos en el Hijo, pero verdaderos hijos, formando con Él un solo Cuerpo: el Cuerpo Místico de Cristo, que es la Iglesia. 

No basta, no es suficiente su muerte por amor a nosotros. También nosotros tenemos que morir por amor a Él: "Si el grano de trigo no muere no da fruto pero si muere da mucho fruto" (Jn 12, 24). De ahí aquello que dijo San Pablo en su carta a los Colosenses:  "Tengo que completar lo que falta a la Pasión de Cristo en su Cuerpo, que es la Iglesia" (Col 1, 24).

¿Realmente Dios no puede ser sin nosotros? [como dice el papa Francisco] ¿Significa esto que somos nosotros quienes hacemos posible que Dios sea? Eso es una herejía. La expresión debe de ser bien explicada, para que todos la puedan entender. Y es ésta:

Dios ha querido sentir la necesidad de establecer con nosotros un diálogo, de hablar con nosotros.  En ese sentido se podría decir que Dios tiene necesidad de nosotros. Sólo en ese sentido: una necesidad real, pero porque así Él ha querido que sea. Es el misterio de la Bondad divina. Dios quiso que el hombre participara de su propia Vida. El Amor que Dios tiene al hombre es un misterio. Nos ha dado el compartir su vida por participación, dándonos para ello su Espíritu, sin el cual esto no sería posible

Así lo explica el padre Alfonso Gálvez en su libro "La oración"
El Hijo es Palabra del Padre, y es amado por Él en un Amor que es también, a la vez, Amor y respuesta del Hijo. Ese Amor, que es el Espíritu Santo, nos es dado a nosotros para que, por Él, poseamos al Hijo y en el Hijo vayamos hasta el Padre, participando así del misterioso diálogo intratrinitario (...)
El Espíritu nos ha sido dado para que, por Él, podamos escuchar y entender al Hijo y para que, por el Espíritu y en el Hijo, podamos dar una respuesta perfecta al Padre (...). 
Dios nos ha hablado por medio de su Hijo. Pero las palabras del Hijo, contenidas en la Escritura y en la Tradición e interpretadas por la Iglesia, tienen que ser luego oídas por cada hombre y escuchadas en la intimidad personal. Sin olvidar que esta escucha y esta intelección, para que sean auténticas y no aparten de la verdad, tienen que se hechas en la Iglesia y con la iglesia. Es aquí donde interviene el Espíritu, sin cuya labor la revelación llamada oficial nunca terminaría de hacerse efectiva en nosotros.
Entonces, ¿qué? ¿Necesita Dios de nosotros? 

En un sentido absoluto no. En la realidad, y por puro Amor, y libremente, ha querido necesitar de nosotros para que participemos de su intimidad divina. En ese sentido -y sólo en ese sentido- podría decirse que nos necesita, puesto que el amor se da siempre entre un Yo y un tú. "Mi amado es para mí y yo soy para mi amado" (Cant 6,3). 

Sin reciprocidad entre los que se aman no puede hablarse de amor. Y en ese sentido, se podría decir, como así es, en verdad, que somos nosotros los que necesitamos de Dios, con una necesidad tal que debe de traducirse en una respuesta de amor verdadero hacia Aquél que sabemos que nos ama y que nos lo ha demostrado

De Su amor hacia nosotros tenemos una seguridad absoluta. No tanto de nuestro amor hacia Él. Éste tiene que ser libre. Dios no nos puede imponer su Amor. Y si no lo amamos significa que no queremos saber nada con Él. Y entonces nos quedamos solos: "Si el grano de trigo que cae en tierra no muere se queda solo; pero si muere produce mucho fruto" (Jn 12, 24).

La necesidad que Dios ha querido tener de nosotros, puesto que nos ama y nos respeta, nunca será a expensas de que le dé igual la respuesta que le demos"El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos morada en Él" (Jn 14, 23). Atentos a la premisa¡El que me ama guardará mis mandamientos! ... 

Si no guardamos sus mandamientos es que no lo amamos y no queremos saber nada con Él. Entonces, Él, que no puede obligarnos a amarle, nos deja con nuestra elección. Cada día nos da la posibilidad de cambiar, pero si dejamos que nuestra vida acabe y morimos con la libre elección de no querer saber nada de Dios, Dios accede a nuestro deseo (aun cuando no quiere eso para nosotros) y nos deja solos, en la soledad absoluta que supone la separación definitiva de Dios por toda la eternidad.

Esto es así, pues así viene recogido en las Sagradas Escrituras. Y éstas son palabra de Dios, palabras del Espíritu Santo. Hagamos caso de las palabras de Jesús: "Conviene que nosotros hagamos las obras de Aquél que me ha enviado mientras es de día., pues llegada la noche ya nadie puede trabajar" (Jn 9,4).

Nos jugamos mucho, nos lo jugamos todo en la respuesta que le demos a Dios: nada menos que la Vida Eterna. Y esta respuesta es para hoy. No hay que dejarla de un día para otro, porque entonces no se produce esa respuesta. De ahí que, a veces, lleguen a nuestros oídos -no sabemos exactamente de dónde- como una especie de música celestial que nos impele a cambiar de vida: "¡Ojalá escuchéis hoy su voz!. No endurezcáis vuestro corazón" (Sal 94, 7-8)

José Martí