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jueves, 9 de noviembre de 2017

Purgas en la Iglesia: Necesidad del martirio blanco (Benedetta Frigerio)






Se puede estar de acuerdo o no con los contenidos en la carta del teólogo consultante de la Conferencia Episcopal Estadounidense, el hermano capuchino Thomas G. Weinandy, que por sus palabras ha sido privado de líder, pero no se puede negar que éstas describen una realidad evidente, dando voz a las preguntas de tantos a quienes el Papa no ha dado respuesta.

Y menos se puede negar que aquellos que buscan obedecer a la Tradición y a la doctrina milenaria de la Iglesia, habiendo pedido al Papa la causa de su hablar ambiguo (¿quién puede negar que sea usado, como nunca antes, por los medios anticlericales a su favor y por todos aquellos obispos y prelados, valorados por Francisco, que sostienen abiertamente la necesidad de cambiar la doctrina o la liturgia en sentido protestante?), frecuentemente demandando audiencia, no están más considerados de ser recibidos por el Pontífice.

Repetimos, se puede estar de acuerdo o no sobre aquello que ha decidido hacer el capuchino, pero no se puede negar que éstos son los hechos y que éstos suscitan cuando menos preguntas. Cierto que puedes probar a justificarlos convirtiéndolos casi en un método, pero las consecuencias de tales actitudes son también evidentes: cualquiera que plantee una pregunta sobre afirmaciones nunca escuchadas a un Pontífice, sobre la anarquía en las conferencias episcopales, sobre el escándalo que se vive frente al vuelco desenfrenado de la moral católica, es literalmente identificado como un enemigo del Papa y de la Iglesia.

Es lamentable que en el trasfondo que precede a la publicación de la carta de Weinandy se deduce lo contrario, según un trato común a muchos de cuantos han actuado primero pidiendo claramente aclaraciones y expresando preocupaciones al Pontífice  y posteriormente, después una respuesta faltante y una audiencia no dada, publicarlas.

El primer trato es el amor profundo por la Iglesia, cerca al riesgo de perder el propio cargo o de ser relegado al margen. Como le acaeció al cardenal Burke o al cardenal Sarah que, expresando en cada uno de sus escritos o conferencias la fidelidad a la Iglesia o al Papa hasta la muerte y el dolor por la confusión actual, han avanzado en sus preguntas o reafirmando la doctrina pagando con la marginación.

Así, a la par de Burke y Sarah, también Weinandy escribió al Pontífice “con amor por la Iglesia y sincero respeto por Su oficio. Usted es el Vicario de Cristo sobre la tierra, el pastor de su grey, el sucesor de San Pedro y así la roca sobre la cual Cristo construirá su Iglesia”
Y como sabemos que los cardenales que han formulado los “dubia” sobre Amoris Laetitia, e incluso Sarah, han obrado después de haber pasado horas y horas frente al Tabernáculo, así ha hecho Weinandy que lo ha contado confesando el haber pedido largamente a Dios, y de haberle dicho así: “Si Vos quieres que escriba cualquier cosa, debes darme una señal clara. Esto es la señal que pido. Mañana temprano iré a Santa María la Mayor a orar y después iré a San Juan de Letrán. Después de que retorne a San Pedro… Durante este intervalo, debo encontrar a cualquiera que conozca, pero que no vea desde hace tiempo… no puede ser estadounidense, canadiense o inglés… deberá decirme en el curso de nuestra conversación: ‘Continúe con su buen trabajo de escritura’”. La narración prosigue con el encuentro con un obispo (no estadounidense, canadiense ni inglés) conocido 20 años antes de que hubiese leído algún libro suyo y que le dijo: “Continúe con su buen trabajo de escritura”.

Otra característica, además del amor por la Iglesia y por la plegaria, es la integridad de estos hombres, cuya reputación y conducta santa y humilde son notables. En fin, cuantos han hablado sabiendo que pueden pagar con la pérdida de su propio cargo han demostrado que la fidelidad a la Palabra del Señor (y por lo tanto a su persona) supera cada uno de los otros bienes.

Pero como ha notado en una de sus investigaciones Dan Hitchens son pocos los que están dispuestos a sufrir así por la Iglesia. De hecho, entre los teólogos o guías perplejos, entrevistados en cuatro continentes, muchos no han deseado aparecer públicamente por miedo a perder su puesto de trabajo, admitiendo abiertamente el no estar dispuesto al “martirio blanco”. En cambio muchos otros prefieren negar el problema abiertamente, no soportando el dolor de la laceración pensando así contribuir a calmar los ánimos. Es lamentable que mientras tanto la mentira, que nace de la ambigüedad, continúe creciendo sobre la piel de los fieles y del mundo. Junto a la cerrazón y la intransigencia de quienes hablando de puentes, cierran la puerta en la cara a quien pregunta humildemente sus razones.

Al contrario, Weinandy ha actuado con fe, no tanto calculando las consecuencias de un gesto, sino en conformidad con su trabajo de teólogo y la voluntad divina. Así como han hecho Sarah y los cardenales citados, entre ellos sobre todo Meisner y Caffarra, cuya muerte y ofrenda de vida pareció a muchos una derrota, pero que para el cristiano es la coronación suprema de la victoria.

Porque no hay sacrificio como aquél no sólo del propio puesto, reputación, honor o dolor de verse representados como enemigos de lo que más se ama en el mundo, sino de la propia vida, que puede ser usado por Dios para la salvación de los hombres y por lo tanto, de la Fe


Por lo tanto, preguntar humildemente razones de afirmaciones y acciones contrarias  o ambiguas, conscientes de la propia tarea de guías, por amor a la Iglesia, en conformidad al mandato de Dios, es el único camino para salvarlas, aunque cueste una pérdida, un fracaso o la existencia misma. 

Quienes tienen fe saben que lo que para todos es una pérdida, como es la muerte del grano de trigo, es la semilla más fecunda de vida para la Viña del Señor.