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sábado, 15 de marzo de 2014

Lo que Dios ha unido. La revolución cultural del cardenal Kasper (por Roberto de Mattei) ...(2 de 2)

Se puede fácilmente imaginar cómo las nulidades matrimoniales se extenderían, introduciendo el divorcio católico de hecho, si no de derecho, con un daño devastador precisamente en relación con el bien de las personas humanas.

El cardenal Kasper parece ser consciente de este peligro, pues añade: “ Sería equivocado buscar la solución del problema sólo a través de una generosa dilatación del procedimiento de la nulidad matrimonial ... Es necesario tomar en consideración también la aún más difícil cuestión de la situación del matrimonio confirmado y consumado entre bautizados, en el que la comunión de la vida matrimonial se ha roto irremediablemente y uno o ambos de los cónyuges han contraído un segundo matrimonio civil”.

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... En realidad no existe ninguna contradicción en la praxis por dos veces milenaria de la Iglesia. Los divorciados vueltos a casar no están exonerados de sus deberes religiosos. Como cristianos bautizados tienen siempre la obligación de observar los mandamientos de Dios y de la Iglesia. Por lo tanto, tienen no sólo el derecho, sino el deber de asistir a Misa, de observar los preceptos de la Iglesia y de educar cristianamente a sus hijos. 

No pueden recibir la comunión sacramental porque se encuentran en pecado mortal, pero pueden hacer la comunión espiritual, porque incluso quién se encuentra en condición de pecado grave debe rezar, para obtener la gracia de salir del pecado. Pero la palabra pecado no cabe en el vocabulario del cardenal Kasper y nunca aflora en su relación para el Consistorio. Entonces ¿cómo maravillarse si, como el mismo Papa Francisco declaró el pasado 31 de enero: hoy “se ha perdido el sentido del pecado”?

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Es una lástima que el cardenal no aclare cuáles son sus referencias patrísticas, porque la realidad histórica es bien distinta de como él la pinta. El padre George H. Joyce, en su estudio histórico-doctrinal sobre el Matrimonio cristiano (1948) demostró que durante los primeros siglos de la era cristiana no se puede encontrar ningún decreto de un Concilio ni ninguna declaración de un Padre de la Iglesia que sostenga la posibilidad de disolución del vínculo matrimonial ... En todas las partes del mundo, la Iglesia considera imposible la disolución del vínculo; y el divorcio con derecho a segundas nupcias era del todo desconocido.


San Agustín

Entre los Padres, quien trató más ampliamente la cuestión de la indisolubilidad fue San Agustín, en muchas de sus obras, desde el De diversis Quaestionibus (390) hasta el De Coniugiis adulterinis (419). Es a San Agustín a quién se debe la célebre distinción entre los tres bienes del matrimonio: proles, fides y sacramentum.

... Por lo que concierne a San Basilio, retamos al cardenal Kasper a que lea sus cartas y encuentre en ellas un pasaje que autorice explícitamente el segundo matrimonio. Su pensamiento está resumido en lo que escribe en la Ethica: “No es lícito a un hombre repudiar a su mujer y casarse con otra. Ni está permitido que un hombre se case con una mujer que se haya divorciado de su marido” (Ethica, Regula 73, c. 2, en Patrología Greca, vol. 31, col. 852). Lo mismo puede decirse en relación con el otro autor citado por el cardenal, San Gregorio Nacianceno, el cual con claridad escribe: “el divorcio es absolutamente contrario a nuestras leyes, aunque las leyes de los Romanos juzguen diversamente” (Epístola 144, en Patrología Greca, vol. 37, col. 248).

El undécimo concilio de Cartago (407), por ejemplo, emanó un canon así concebido: “Decretamos que, según la disciplina evangélica y apostólica, la ley no permite ni a un hombre divorciado de su mujer ni a una mujer repudiada por su marido volverse a casar; sino que tales personas deben quedarse solas, o que se reconcilien recíprocamente, y que si violan esta ley, tienen que hacer penitencia” (Hefele-Leclercq, Histoire des Conciles, vol. II (I), p. 158).

La posición del cardenal se hace aquí paradójicaEn vez de arrepentirse de la situación de pecado en el que se encuentra, el cristiano vuelto a casar debería arrepentirse de su primer matrimonio, o al menos de su fracaso, del que a lo mejor él es totalmente inocente. Además, una vez admitida la legitimidad de las convivencias postmatrimoniales, no se entiende por qué no deberían permitirse también las convivencias prematrimoniales, si son estables y sinceras. Caen los “absolutos morales”, que la encíclica de Juan Pablo II Veritatis splendor había ratificado con tanta fuerza. Sin embargo, el cardenal Kasper prosigue tranquilo en su razonamiento.

“Si un divorciado vuelto a casar -1. Se arrepiente del fracaso del primer matrimonio, 2. Si ha aclarado las obligaciones del primer matrimonio, si es definitivamente excluido que vuelva atrás, 3. Si no puede abandonar sin otras culpas los compromisos asumidos con el nuevo matrimonio civil, 4. Pero si se esfuerza en vivir al máximo de sus posibilidad el segundo matrimonio a partir de la fe y educar a sus hijos en la fe, 5. Si desea los sacramentos en cuanto fuente de fuerza en su situación, ¿debemos o podemos negarle, después de un tiempo de nueva orientación (metanoia) el sacramento de la penitencia y luego el de la comunión?”

A estas preguntas ya contestó el cardenal Müller, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (La forza della grazia, “L’Osservatore Romano”, 23 de octubre de 2013) citando la Familiaris consortio, que en el n. 84 facilita unas indicaciones muy precisas de carácter pastoral coherentes con la enseñanza dogmática de la Iglesia sobre el matrimonio... La posición de la Iglesia es inequívoca. Se niega la comunión a los divorciados vueltos a casar porque el matrimonio es indisoluble y ninguna de las razones aducidas por el cardenal Kasper permite la celebración de un nuevo matrimonio o la bendición de una unión pseudo-matrimonial.


La Iglesia no lo permitió a Enrique VIII, perdiendo el Reino de Inglaterra, y no lo permitirá jamás porque, como recordó Pío XII a los párrocos de Roma el 16 de marzo de 1946: “El matrimonio entre bautizados válidamente contraído y consumado no puede ser disuelto por ninguna potestad sobre la tierra, ni por la Suprema Autoridad eclesiástica”. Es decir, tampoco por el Papa y ni mucho menos por el cardenal Kasper.


Nota: Sobre la comunión de los divorciados y vueltos a casar puede leerse también el excelente artículo de Luis F. Pérez, director de Infocatólica